El disco que se hizo símbolo, ’19 días y 500 noches’, sopla 20 años: un rosario de canciones eternas llenas de pasión baja, de ternura y chulería.
Lo nuestro -con 19 días y 500 noches- viene durando bastante más de lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks. Hoy, veinte años después de su lanzamiento, aunque España vaya perdiendo calcio en los dientes, no sobreviva a dos resacas y arrastre una pierna, aún guarda la certeza de que fue el disco que hizo que Joaquín Sabina dejase de ser hombre para mutar en banda sonora de nuestras vidas. En memoria sentimental de varias generaciones de simpáticos descarriados, más bien nocturnos y alevosos pero no tan malos como nos gustaría.
Veinte años, ya lo diría él en Dieguitos y Mafaldas, “de mitos mal curados”, de “urgencias, disimulos y rutinas”. Vendió 500.000 ejemplares, fue producido por Alejo Stivel -con él se armó la magia, la fórmula, el kilombo- y ganó el Ondas al mejor artista español de 1999, pero nada de eso fue comparable con la reconcentrada intensidad de símbolo que adquirió el álbum.
No sólo no había canción mala; es que casi todas eran eternas: desde entonces llevan los españolitos asistiendo una y otra vez al mismo concierto de Sabina, insertos en un día de la marmota musical, resistentes en la nostalgia. Aquí hay un ánimo en cada tema; hay desazón, despecho, deslumbramiento, pánico a la muerte, remontada, humor, folclore, novela negra, grito al aire, pasión baja, ternura y chulería. Sabina dijo en una ocasión que “uno aprende a mentir por el bien de las canciones”, pero, ¿cuánto había de real en estos poemas musicados; cuántas mujeres de carne y hueso vivían dentro de ellos?
19 días y 500 noches: una venganza
Cuenta 19 días y 500 noches. Sabina fin de siglo (Colección Elepé), de Juan Puchades, que el tema que da título al disco “fue una venganza”, puro bombón envenenado para que “la mujer que le había abandonado se sintiera mal”. Lo explica el propio Joaquín: “Sí, sí, así es. Si oyes la mayoría de los tangos, y, desde luego, a José Alfredo Jiménez, ves que todas las canciones de amor son mentira. Las buenas son todas de desamor, canciones que escribe un tipo para que le golpeen a la cabrona que se ha ido y lo ha dejado solo”, ríe. Más tarde se aclara que ese “río” de versos, ese “torrente desbordado”, se dedica a desmenuzar los diecinueve días y quinientas noches que le costó olvidarse de Cristina Zubillaga.
Se trataba de una modelo mallorquina, una mujer bellísima de la que quedó tan prendado que la enganchó del brazo y se la llevó a Cuba a seguir la fiesta. Allí, ella lo acompañó a una reunión de madrugada con Fidel Castro, quien llegó a bromear con el cantante sobre cómo conseguir el número de teléfono de su pareja. “Tenían razón mis amantes en eso de que antes el malo era yo. Con una excepción… esta vez yo quería quererla querer, y ella no”, lanza, en una de las estrofas más criminales. Los mentideros, sin embargo, cuentan que él, una vez pasado el furor inicial, acostumbraba a pasar un poco de las chicas y a centrarse más en amanecer en el sofá con sus colegas después de verbenas infinitas.
Para Alejo Stivel, los versos más locos eran el de “negaría el santo sacramento / en el mismo momento / que ella me lo mande” y el de “sacó del espejo / su vivo retrato”: “Yo me puedo poner horas sentado frente a un papel y un lápiz y nunca lo voy a conseguir”.
Dieguitos y Mafaldas: para la ‘minita’ Paula
Otra de las mujeres reales que aparecen en este disco de Sabina es la mítica Paula Seminara en Dieguitos y Mafaldas. “La canción que relata el romance con una ‘mina’ argentina, sirvió, en gran medida, para ratificar otro idilio: el que Sabina vive a finales de los ochenta con Argentina, particularmente con Buenos Aires”, escribe Puchades.
“Ya no es que le dedique una canción a Paula Seminara y a la relación rota, es que se clava perfectamente en el país, parece escrita por alguien que se ha integrado y es uno más, o como mínimo se ha interesado lo suficiente por la identidad porteña para utilizar recursos tanto del lunfardo como del ‘verres’, esa suerte de lenguaje lumpen en clave que consiste en ordenar al revés las sílabas de una palabra para que sólo pueda entenderte quien domine la práctica”, detalla el autor. Ahí los guiños: Dieguito es Diego Armando Maradona; Mafalda es la de Quino; Manzi es el letrita de tangos y milongas; Boca es el Boca Juniors y la Bombonera su estadio.
“González Catán y Laguna son parte del recorrido del autobús 86 que llevaba a Seminara a su casa”, detalla Puchades. Este recurso, indica, recuerda a aquel viejo y hermoso tema llamado Caballo de cartón: “Sol, Gran Vía, Tribunal… ¿dónde queda tu oficina para irte a buscar?”. Ahí recorría las paradas de metro que hacía su esposa de entonces, Lucía Inés Correa Martínez, para ir al trabajo. A ella, que era argentina, la conoció en Londres, exiliado.
Al tiempo volverían juntos a España, pero el romance no tenía mucho futuro: “Yo era un hippie total y me quería suicidar por tener que ir al ejército. Entonces me enteré de una fórmula: si te casabas, podías ir a dormir fuera del cuartel todas las noches. Inmediatamente llamé a todas las chicas que conocía. Y ella fue la única que me dijo que sí. El matrimonio duró lo que duró la milicia: muy poquito”, reía el músico.
Paula no fue tan importante
Con Paulita, por su parte, estuvo año y medio. Cuentan que un día, sin venir a cuento, en la habitación número 1530 de un lujoso hotel, ella lo dejó. Lo había conocido en un recital, y eso que la joven ni siquiera era fan: había comprado la entrada para un amigo suyo, pero no pudo ir. Ni siquiera se sabía las canciones. “Fuimos muy felices pero apareció Ariel, mi actual novio, cuando Joaquín estaba en España, yo me sentía sola… Bueno, me enamoré”, relató la chica en una ocasión. Igual sí que se ha engordado un poco la historia con el paso del tiempo, porque en el libro de Puchades Joaquín reduce la bola: “Es verdad que aproveché una chica, que es lo mejor que uno puede hacer para hacerle un homenaje a un barrio, a un equipo de fútbol y a una cultura… pero nada más”, confiesa.
“De hecho, en los capítulos estos que estamos haciendo para el biopic, el guionista está partiendo de todas las mujeres de mi vida, y entre ellas ha metido a Paula, y no sé si le voy a decir que la quite, porque Paula sólo fue un pretexto, y no es absolutamente una mujer de mi vida. Hubo unas cuantas Paulas, pero bueno, ahí tienes la canción, que no está mal”, guiña.
Guiño a ‘la Jime’
Fue Diego A. Manrique quien -en una edición en discolibro de 19 días y 500 noches que publicó en El País- sostenía que el “le debo una canción y algunos besos / que valen más que el oro del Perú” eran un codazo a Jimena Coronado, hoy su mujer. Ya en aquel tiempo estaba frito por ella, pero en ese verso late un mal rollo. “Sí, es una referencia a la Jime. El día que la escribí estaría cabreado con ella”, ríe. “Pero luego lo cambié”, apunta, recordado que la canción que le dedicó a su amor más estable fue Rosa de Lima.
Tanto la Barbie Superstar como la protagonista de El caso de la rubia platino era pura ficción, pero Donde habita el olvido sí que gira verídicamente “alrededor de un amor de una noche, alrededor del decirle que me acuerdo de ella, sin saber de quién me acuerdo”: “Sí, un polvo de una noche. Me gusta mucho ese lado del estribillo que dice ‘y la vida siguió / como siguen las cosas que no / tienen muco sentido’. Y me gustaba mucho homenajear a Cernuda y decirle a las chicas de una noche, de cuyo nombre no me acuerdo, que sí me acuerdo. Siendo mentira”, ríe el cantautor. En esta canción muchas caras se confunden en una.
La madre de sus hijos; Isabel Oliart
Ojo a Pero qué hermosas eran, una canción donde habla de las mujeres que le destrozaron a partir de nombres ficticios, Sofía, Maruja y Dolores. Ahí “amores reales” pero “completamente distorsionados para construir una comedia de ficción”: “Claro, la madre de mis hijas es Isabel [Oliart], y las otras si me pongo a pensar, te lo diría, ¡pero no me quiero poner a pensar!”, resuelve. Van las perlitas: “Mi primera mujer era una arpía / pero muchacho, / el punto del gazpacho, joder si lo tenía / se llamaba, digamos, que Sofía”.
O: “Mi segunda mujer era una bruja / y yo tan mamarracho que besaba / el suelo que pisaba / se llamaba, digamos que Maruja”. Tercer órdago: “Mi tercera mujer, era, señores, de todos los amores que he perdido / el que más me ha dolido / ¿adivinan? se llamaba Dolores”: esta sí es Isabel.
Pero la gran mujer que vive en 19 días y 500 noches, en realidad, es la ya fallecida Chavela Vargas, con quien cerró el álbum con Noches de boda. “Que el maquillaje no apague tu risa, que el equipaje no lastre tus alas, que el calendario no venga con prisas, que el diccionario detenga las balas. Que las persianas corrijan la aurora, ¡que gane el quiero la guerra del puedo!, que los que esperan no cuenten las horas, que los que matan se mueran de miedo”. Va la anécdota. Ahí cuando Sabina le dijo a la artista: “Chavela, les estoy diciendo a mis músicos que me gustas muchísimo, porque cantas con las tripas”. Chavela, sencillamente, respondió: “Yo con lo que canto es con el coño”.