Pocas semanas después de la boda civil de Joaquín Sabina con Jimena Coronado nada se sabe sobre si la pareja se fue de luna de miel o se quedó en su casa de los alrededores de la madrileña plaza de Tirso de Molina. Parece que tiene previsto sacar un nuevo disco en los próximos meses, cuando llegue la calma, si es que llega con esta pandemia que no acaba de dejarnos. Pero de lo que no cabe duda es que las canciones del ubetense seguirán escuchándose. Sobre todo, una que es de las que más audiencia suscita: “19 días y 500 noches”. Se la inspiró quien, antes de que apareciera en su vida la peruana Jimena Coronado, es una de las tres mujeres a las que más ha amado. Una, evidentemente es Jimena; que sea para siempre. Otra, Isabel Oliart, la madre de sus dos hijas. Y la tercera, una modelo mallorquina, Cristina Zubillaga.
Todavía compartía piso con Isabel cuando el cantautor se acercó a la discoteca madrileña “Amnesia” para tomar una copa. Se fijó en él, a su llegada, la citada modelo. No se conocían. Ella lo provocó con sus constantes miradas y entonces, Joaquín se acercó, la invitó, no dejaron de hablar hasta que cerraron el local y se fueron arrullados hasta el piso de Pancho Varona, compositor e instrumentista de la banda de Sabina. Allí pasaron la noche Joaquín y Cristina porque en el piso de él… estaba su entonces pareja, Isabel Oliart.
Era costumbre en Joaquín durante aquellos años 80 marcharse de casa sin decirle nada a Isabel y aperecer al cabo de una semana. Y ella no le reprochaba nada en absoluto, según contaba el cantautor. Hasta que Isabel terminó por enterarse de la existencia de la tal Cristina Zubillaga y, cansada de aguantar “los cuernos” que le ponía, dejó al padre de sus hijas para siempre. Quedando, eso sí, como buenos amigos. Así da gusto: nada de celos ni de broncas y peleas. El machismo de Joaquín daría para un tratado de alguna de esas enfervorizadas feministas.
Cristina Zubillaga era modelo y le gustaba mucho apurar la noche madrileña junto a un grupo de amigos. Al relacionarse largo tiempo con Joaquín Sabina se dedicó a él con toda la pasión que le pedía el cuerpo. Y fueron ya inseparables por unas cuantas temporadas. Eso sí, Cristina hubo de aguantar una costumbre que tenía su amor: dejaba a unos cuantos amigos copias de la llave de su piso para cuando, sin avisar siquiera, desearan “repostar” en esa casa tras el cierre de los bares y ocupar las camas que estuviesen libres. Más de una madrugada Cristina, en camisón, o tal vez con mínima ropa de lencería, se llevaba la sorpresa de ver en alguno de los pasillos a gente absolutamente desconocida. “¡Voy a matar a Joaquín!” Pero no terminó nunca de cumplir su promesa: estaba muy colada por él.
Se fueron a Cuba. Y allí, una madrugada, se reunieron con Fidel Castro. Una velada interminable, pues al barbas le gustaba citar a esas horas a sus visitantes para casi no dejarlos hablar hasta que se hacía de día. En un momento de la reunión regada con buen ron (decir que con un “cubalibre” sonaría a cachondeo), Fidel le pidió el número de teléfono a Cristina Zubillaga, la amante de Sabina. Resolvió éste el momento con una de sus bromas. Y la anécdota quedó ahí para recuerdo de la pareja. Imagínense si al cantante le da por enfrentarse al líder de la revolución castrista por culpa de una mujer. Tampoco Fidel traspasaba ciertas líneas: no las necesitaba y contaba sus amantes por docenas.
Pasaron los meses. Y en un viaje a Menorca, cuando estaban en un restaurante algo pasó entre los dos para que Cristina se levantara airada de la mesa. Fuése y no hubo nada, que escribió el poeta. Joaquín se quedó absorto, mirando cómo su amor, su musa se alejaba de él. Para siempre. Sucedió, escribió más tarde, “entre la sopa y el postre”.
Y después, ya calmado, repuesto de aquel adiós sin palabras, escribió la historia que lo unió a aquella mujer. Uno de sus pasajes era aquel ya tan repetido de “… lo que duran dos peces de hielo en un whisky and the rocks”. Una mujer “que siempre tuvo la frente muy alta, la lengua muy larga y la falda muy corta”. Aquella Cristina Zubillaga, que no obstante reconoció luego que el cantante tenía mucha caballerosidad y no le guardaba rencor. La que “… tanto la quería que tardé en aprender a olvidarla 10 días y 500 noches”. La mentada, se defendió así luego: “Es verdad que fui su musa, que lo dejé…, pero no lo abandoné como los zapatos rotos”. Daba igual. Esta escrito que Joaquín Sabina encontraría más mujeres. Y una de ellas, “la Jime”, quien según dejaron ambos sentados el otro día en la sede de los Juzgados madrileños, será su compañera hasta que la muerte los separe, por mucho que él sea siempre un tipo imprevisible. De otro modo, no sería Sabina. Pero en su honor, hace tiempo que no “liga”. Su amor lo tiene en casa. Y ya es septuagenario, y eso cuenta.