Ya están próximos los días en que los partidos políticos decidirán quiénes serán los candidatos que los representaran en la contienda electoral del 2018. Vamos a ser testigos de disputas feroces encabezadas por los que aspiran a una oportunidad de llegar a ser los elegidos.
Estos combates pondrán al descubierto los peores rasgos de personalidad de los contendientes y el gran déficit de democracia interna que caracteriza a los partidos. Veremos en la arena de lucha a participantes ingenuos, a los eternos oportunistas, a idealistas y románticos, a otros que pondrán sobre la mesa su linaje y sus presuntos méritos y, desde luego, a sanguinarios halcones que batiendo sus alas y utilizando sus garras destriparán sin misericordia a las blancas e inocentes palomas que les pongan enfrente. Se confirmará que la política es una forma de guerra continuada por otros medios.
Habrá otro ciclo de decisiones cupulares en donde reaparecerán las cuotas para beneficiar a cabecillas de tribus, a caciques de corrientes dominantes y, desde luego, una buena parte del botín será repartida, sin recato, por los dueños temporales de los partidos, llámese presidente de la república, caudillo, gobernador, líder de una tribu o facción poderosa y hasta sobrarán algunos remanentes para negociar alianzas con los partidos bonsái.
Se confirmará que la democracia al interior de los partidos es débil, si acaso testimonial. Porque la asignación de candidaturas por métodos falazmente democráticos revelará que éstas organizaciones son un negocio muy lucrativo de burocracias privilegiadas que se queda con enormes recursos públicos que tienen su origen en los impuestos que pagan los ciudadanos.
Nos referimos a la partidocracia. Un sistema mafioso que resulta inmensamente caro y poco funcional ya que millones de ciudadanos no creen en los partidos ni se sienten representados por ellos.
Sin embargo y a pesar de este estigma, de octubre a diciembre de este año vamos a ser testigos de cómo los partidos políticos seleccionarán a sus candidatos a puestos de elección popular a través de métodos poco democráticos. Habrá de todo. Decisiones por consenso (dedazo disfrazado), designaciones arbitrarias hechas por comités de notables (comisión para la designación de candidaturas), votación de militantes, Consejo Nacional Electivo y actos de magia sublime que harán posible el triunfo de los serviles, los expertos en genuflexión, los amigos y familiares, las cortesanas y hasta de los socios embozados de los que mandan.
Pero no se crea que imponer la voluntad de unos pocos sobre la multitud es tarea sencilla. Hay resistencias y peligros que eludir. Los procesos de selección de candidatos son momentos de peligro para todos los partidos. La posibilidad de fracturas y abandonos masivos de militantes revolotea en los pasillos de todos los institutos políticos.
Cada partido tiene regulado en sus reglamentos internos las modalidades que puede aplicar para la selección de sus candidatos. El abanico de opciones es amplio. Asambleas de electores (Convenciones o Consejos Nacionales Electivos), votaciones cerradas a militantes de elite, elecciones abiertas a la ciudadanía, designaciones arbitrarias a través de Comisiones, y hasta sorteos (Tómbolas). Se practica una democracia acotada, vertical y controlada en la que el factor decisivo no son los militantes sino los dueños de los partidos. Hay una gran simulación.
Todos los institutos políticos en México han cultivado y fortalecido en su interior una cultura política no democrática, vertical y de clientelas. Pocas veces hemos visto que se realicen ejercicios democráticos, horizontales o de consulta a militantes y ciudadanos.
No es que nunca se haya practicado la democracia al interior de los partidos. Más bien queremos decir que en los últimos años ha habido un retroceso, un repliegue.
Cierto que por ejemplo cuando Acción Nacional era un partido pequeño, de cuadros, urbano y de presencia casi testimonial su democracia interna eral real. Por décadas este partido fue escuela de democracia para sus militantes. Pero cuando crecieron y se fortalecieron ganando incluso la Presidencia de la República en el año 2 mil, las cosas cambiaron. Creció tanto su padrón de militantes que la toma de decisiones se complicó porque competir con las siglas del PAN era casi garantía de triunfo. Entonces este partido se llenó de oportunistas y aventureros que pervirtieron la esencia de esta organización política.
En cuanto al PRD no hay mucho que decir, la permanente guerra de tribus ha hecho imposible practicar la democracia interna. En ese partido las candidaturas se asignan por cuotas según el peso de cada Clan. Ya hecha la negociación entre facciones se celebran Convenciones Nacionales o Estatales Electiva para simular que se cumplen con la ley.
Por lo que toca al PRI, que es un emblemático referente de la ausencia de democracia interna en los partidos, la selección de sus candidatos es privilegio casi exclusivo de sus elites. Salvo en muy contadas ocasiones se ha consultado a sus bases militantes. Ha sido la excepción a la regla porque lo “normal” es que decida el presidente de la república, los gobernadores y la nomeklatura que domina los órganos de decisión del partido (Consejos Políticos, Sectores, Organizaciones y Corrientes Políticas que ahí habitan). El PRI elige candidatos a través de Convenciones de Delegados perfectamente controlados o bien decide a través de un grupo de notables que integran la denomina Comisión Para la Postulación de Candidatos.
Finalmente tenemos al partido MORENA en el que la única voluntad que cuenta y decide es la del Mesías, frecuentemente convertido en el “El Cordero de Dios” que limpia los pecados de antaño de cualquier político, así tenga el peor historial en su vida pública. Este partido incluso ha innovado aportando a la ingeniería política nuevos e infalibles métodos de selección de candidatos como la Tómbola, las encuestas “cuchareadas” (recuérdese el caso de Ricardo Monreal que ha sido víctima de este truculento método) y la genial modalidad de “Los Juanitos”, para casos de extrema emergencia.
Como puede verse queda claro que la democracia al interior de los partidos políticos no existe, es una quimera.