LA CALMA DE LA PLAZA DE ARMAS SE ROMPIÓ CUANDO UN GRUPO DE ANARQUISTAS ARRASÓ LA SEDE DEL CONGRESO; LA RESPUESTA POLICIAL, CON VISOS DE FUERZA EXCESIVA, CONTRIBUYÓ A EMPEORAR LAS COSAS
La tranquilidad de la Plaza de Armas en una tarde de postcuarentena voló en pedazos de pronto por la irrupción de una turba de anarquistas que, con el pretexto del asesinato del albañil Giovanni López, que dañaron el inmueble de la Fiscalía General del Estado y casi arrasaron con el Congreso y por la respuesta policiaca resultante, que llegó a actuar con fuerza excesiva contra personas ajenas al acto vandálico registrado.
Los insultos que recibieron los agentes de las corporaciones estatal y la municipal de la ciudadanía dejaron en evidencia la brecha que existe entre la ciudadanía y sus instituciones policiacas, en el marco de la convulsión nacional que dejó el asesinato de Giovanni López a manos de policías de un municipio de Jalisco, y que ayer tuvo un coletazo violento en el centro de la capital.
EL POBRE PONCIANO
Los inconformes tuvieron casi dos horas para su acción destructiva, que inició en el edificio de la Fiscalía, en donde destrozaron la puerta de cristal de la entrada principal e incendiaron una patrulla municipal de Soledad, aparcada frente al inmueble público.
El contingente era de unas 100 personas, muchos de ellos jóvenes, con la cara cubierta, sí, con la indumentaria anarquista, pero también con cubrebocas sanitarios, porque para algunos, se puede desafiar al poder, pero no al coronavirus.
La sede legislativa sufrió ayer el peor agravio de su historia, y vaya que no han sido pocos. La turba arrasó con todo el cristal y mobiliario de las dos plantas del céntrico inmueble y no dejó pared sin pintar con aerosol.
Algunos archiveros y cientos de hojas membretadas fueron incendiadas en el frente y, en medio de la indignidad absoluta, el busto de Ponciano Arriaga, arrancado de su pedestal, también fue presa de las llamas y la bandera nacional en el suelo de la Plaza de Armas.
La irracionalidad también estuvo del otro lado: entre la humareda, se vio a un agente que tenía lista una escopeta entre las manos.
INOCENTES POR PECADORES
Casi a las siete de la noche, ya destrozada la sede del Congreso, arribó un contingente de la policía estatal. Elementos de a pie, más o menos un centenar, auxiliados de un vehículo blindado de los conocidos como Rhino.
Al verlos, los anarquistas empezaron a huir, pero no lo suficientemente rápido.
Los agentes lograron algunas capturas. A empellones, los detenidos fueron subidos al Rhino.
Otros agentes extinguieron la hoguera y empezaron a formar un perímetro en torno al edificio.
Una persona de civil, rapado y de suéter gris, merodeaba entre la muchedumbre de testigos. Con señas, indicaba a los policías la posición de algunas personas.
Primero cayó un joven de camiseta blanca. El hombre de gris siguió con su labor: “El de azul, el de azul”, les dijo.
El de azul resultó ser un adolescente que vio aterrorizado como se volvía blanco de cuatro robustos elementos, que fácilmente lo levantaron y lo llevaron a la unidad Rhino.
Ni los atribulados gritos de una mujer mayor, probablemente su abuela, ni la desconcertada mirada de una niña que acompañaban al detenido los distrajeron.
Un tercer joven fue apresado y subido al vehículo.
El común denominador de las víctimas, de acuerdo al testimonio de sus acompañantes, fue que no tenían nada que ver con la protesta.
Y así, las detenciones presuntamente injustificados convirtieron a buena parte de una muchedumbre de mirones en indignados ciudadanos que reclamaban las capturas y demandaban a los policías la liberación de los detenidos.
“¡Por eso los tratan así!”, “¡Abusivos!”, “¡Así fueran con los narcos!”, y hasta “¡Pongánse a hacer ejercicio!” fueron algunos de los reclamos que se llevaron.
Los gritos e insultos arreciaron cuando el vehículo trató de salir de la plaza con su carga de detenidos.
El contingente de agentes que protegían su mancha tuvieron que batallar con personas que intentaban detener su marche frente a catedral y Palacio Municipal.
Precisamente a los elementos de la policía del gobierno de Xavier Nava les tocó recibir una sarta de insultos, de tal calibre algunos que tuvieron respuesta de las filas de los policías que, al responder, perdieron profesionalidad.
Del otro lado de la plaza, también hubo detenciones. Una de ellas, muy violenta y en la que algunos reporteros estuvieron a punto de convertirse en blanco de los golpes policiales.
El Palacio de Gobierno tampoco salió ileso. Una de las ventanas del despacho del gobernador Juan Manuel Carreras López, que no estaba en el inmueble, lucía rota.
Su secretario general, Alejandro Leal Tovías, y el presidente del Congreso, el priista Martín Juárez, evaluaban los daños sufridos por el inmueble.
El funcionario estatal aguantó la metralla de cuestionamientos reporteriles por el presunto exceso de fuerza cometido contra ciudadanos y los propios trabajadores de los medios.
Defendió la actuación policial, señalando que la falta de acción durante buena parte de la protesta que arrasó al Congreso fue una actitud de prudencia.
La explicación fue el insuficiente colofón de una tarde que pasó, en segundos, de la tranquilidad al caos.
Con información de Jaime Hernández / PULSO.