CUENTOS DE CUARENTENA
Créanme, no nos faltaron precauciones. Hicimos todo lo que indican como prudente: desinfección de manos, de ropa, zapatos, lavar todo, salir solo para lo necesario, uso de guantes, mascarilla, caretas.
Y, de todas maneras, nos infectamos.
Ya teníamos varios días con dolor de cabeza, de cuerpo, sudoración, dificultad
para dormir, cansancio extremo, resequedad en vías respiratorias y otros síntomas.
Yo, la verdad, no quería creerlo. ¿Cómo es posible que, teniendo tanto cuidado, de todas maneras nos tocara enfermar?
Mi esposo, que siempre está muy atento a cualquier señal de alarma en su cuerpo (hasta se pasa), fue quien consideró que debíamos hacernos el test.
Me llevó a regañadientes. Yo le decía, molesta, que íbamos tirar el dinero, pues donde vivimos no sale barato.
– ¡Es un desperdicio! – Le expresé, molesta. Si vamos allí, entonces sí que nos vamos a contagiar y encima nos va a costar tiempo y dinero.
Y ¡Zas! Que salimos positivos. Nuestros síntomas, aun siendo fuertes, afortunadamente no ameritaban hospitalización. Fue suficiente con medicamentos y reposo en casa. Y claro, aislamiento total, para no esparcir el virus que ya estábamos portando…
– Entonces, ¿Desperdicio? – Me dijo él. No precisamente triunfante, pues seguramente hubiera preferido que yo tuviera razón.
De pronto, entendí que todos esos síntomas, tenían su razón de ser. Me entró una tristeza enorme, que me dolía aún más que mi cuerpo cansado y febril.
Me sentí parte de la tragedia mundial, de las estadísticas. Pensé lo peor. Lloré.
El mismo día que nos enteramos, aproveché una invitación de mi hermana, para participar vía internet en un grupo de oración, establecido para ayudar a una persona que lleva casi dos meses batallando en terapia intensiva contra este virus.
Estar allí, escuchar las palabras de amor, compartir las oraciones, la respiración con actitud, la visualización de salud, seguramente le hicieron bien a la enfermita, pero también a mí.
Me proporcionó la paz que me hacía falta. Entendí que el miedo, la ansiedad y la tristeza no me iban a ayudar a recuperarme.
¡Qué linda energía maneja ese grupo! Fue en verdad, como un bálsamo que penetró mi piel y reconfortó mi espíritu.