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LA GIRA ENFERMÓ DE COVID

LA EMERGENCIA SANITARIA DEJÓ SIN PÚBLICO A AMLO

Los enviados de los medios fueron el público cautivo del Presidente de la República en el recorrido de supervisión al programa Sembrando Vida, la estrategia de su gobierno para paliar la pobreza de millones de personas cultivando arbolitos.

Claro, había también empleados de la Secretaría del Bienestar en San Luis, comandados por un discreto Gabino Morales.

Unos pocos funcionarios de apoyo del Gobierno del Estado asistían al gobernador Juan Manuel Carreras López y a un par de sus subalternos del gabinete: el secretario Alejandro Leal Tovías y el nuevo titular de Salud. Miguel Ángel Lutzow.

Ni diputados, ni representantes del Poder Judicial, tampoco aspirantes a las candidaturas, ni público. Unos pocos agentes de la Guardia Nacional y más elementos estatales, sustituyeron a los herméticos agentes del Estado Mayor Presidencial y a los militares para brindar la seguridad.

Vamos, ni siquiera manifestaciones en contra que hubieran retado la pandemia y la enorme distancia para repudiar al Presidente.

Del otro lado, apenas un par de mantas y cartulinas agradeciendo al Presidente por el programa Sembrando Vidas.

El Covid, entre las muchas cosas que nos ha quitado, también despojó a las giras presidenciales de su ostentosa parafernalia. Y no es queja.

CELOSOS GUARDIANES

Pero hay cosas que ni un mortal virus puede cambiar. Antes eran adustos agentes de pelo a rape los que guardaban celosamente las puertas del evento antes de la llegada de los funcionarios.

Ayer fueron jóvenes que quizá su actividad habitual sea sembrar arbolitos o atender a personas de la tercera edad, pero ayer, los empleados de la Delegación de la Secretaría del Bienestar se transformaron en los cancerberos que custodiaban las puertas del cielo.

Lo hacían ante una imagen de San Antonio, que prestaba su nombre al “Centro de Aprendizaje Campesino” al que llegaría el Presidente. En onda buenismo-optimista, una frase acompañaba al santo: “El camino al éxito es la actitud”.

Lástima que los jóvenes guardianes no tuvieran una buena actitud para con quien quería entrar, pues rebotaban sin piedad a quien lo intentara.

Hasta su mero jefe, el secretario del Bienestar, Javier May Rodríguez, pasó saliva cuando impidieron el paso de su vehículo.

Una de sus ayudantes bajó a tratar de arreglar el problema, diciéndoles quién era. Ajenos al directorio de su dependencia, los custodios no cedían. “Pasa el secretario, pero ustedes no”. Al final, otro atribulado funcionario les explicó quién era y al fin, cedieron.

La escena era observada por los simples mortales que soportaban un ligero sol en la carreterita que cruzaba por el sitio, aliviados gracias a un ingenioso nevero, emprendedor sagaz, que vio un nicho en dónde colocar su producto

Los lugareños pasaban en sus trocas con la duda reflejada en su rostro de qué demonios pasaba ahí.

RESPUESTAS, NO ABRAZOS

El Covid tampoco acabó con “el corralito” para la prensa, eso sí, con sanitizante, termómetro y sana distancia en la entrada”.

Entre el habitual sitio vallado para reporteros y fotógrafos y el presídium, solo unos 20 0 30 metros de tierra pelona, sin sillas y, obvio, sin público.

Por los altavoces se empezó a escuchar la explicación que daba una persona por el invernadero propiamente dicho, y que fue vedado a la prensa. El Presidente y el Gobernador habían llegado.

Fiel a su mala costumbre, López Obrador no traía cubrebocas. Los demás miembros de la comitiva, sí.

El “Peje” traía puesta su cara de “voy a cumplir”, totalmente vaciada de entusiasmo. Hubo apenas atisbos de emoción en su discurso, que en lugar de las usuales ovaciones, eran respondidos por tímidos aplausos del personal gubernamental. Peña Nieto tenía razón: la prensa no aplaude.

Acabaron los discursos y el Presidente salió rápido. A las peticiones de entrevista de la prensa, López Obrador respondió sólo mandando abrazos, lo que no cayó bien a la gente de micrófono y grabadoras.

Lo más seguro es que el único que acabó contento con el evento presidencial de ayer fue el nevero que acabó con sus existencias. Él sí se fue feliz, eso que ni qué.

Con información de Jaime Hernández / PULSO.

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