Después de las elecciones, viene la cruda o resaca, no precisamente consecuencia de la ingesta de alcohol, sino del refuego triunfalista entre los principales competidores. Dolores de cabeza para todos, para unos más que a otros. Los que no se la van a poder curar son los que no pudieron alcanzar el tres por ciento de la votación emitida para conservar el registro.
Una vez cerradas las casillas, la danza de las cifras, de los resultados en voz de quienes prefieren la embriaguez de la mentira a reconocer que el voto de la sociedad no ha sido a su favor. El anuncio de vencedores cuando apenas ciudadanos y ciudadanas, funcionarios y funcionarias de casilla, empiezan a contar.
Larga noche, sobre todo donde el proceso ha sido cerrado, con diferencias mínimas que llevan a candidatos a declarar al mismo tiempo que son ganadores. Horas tensas, desvelo, ojeras, a sabiendas de que al final el árbitro solo levantará la mano al que haya obtenido la ventaja en cifras oficiales.
Rearmado de estrategias para defender lo indefendible o para confirmar el éxito. Hay quienes han podido dormir tranquilos, sin pesadillas, porque al menos la ventaja en las encuestas de salida y conteos rápidos les dieron amplia ventaja, como los casos de quienes van arriba en los números en la elección de gobernadores en Querétaro y Nayarit.
La fiesta electoral del 6 de junio empezó como no se había visto en otras elecciones intermedias, con afluencia madrugadora dominical, electores que parecía que con ansiedad habían esperado la llegada del momento de ir a votar, acudir a la casilla respectiva.
Había amanecido con nubarrones, con aire friolento, como para pensar en los peores presagios, pero a media mañana el sol se había impuesto. Falló el pronóstico de lluvia. A formarse sin la preocupación de mojarse, sin importar esperar una hora o más tiempo para llegar a la urna.
A cumplir el deber cívico, la misión de castigar o premiar, al que no ha cumplido sus ofrecimientos y el que ofrece reivindicarse con el compromiso de convertirse en justo contrapeso. Medias verdades, porque ese ha sido hasta ahora el juego de la política.
Premiar o castigar, como cuando se toma la primera copa de un vino de excelencia, saborear cada gota. Analogía del poder del voto. La hora del elector. Valorar lo que han hecho sus gobernantes y no olvidar la actuación de quienes ya han pasado por el poder. Decisión serena, reposada. Infaltable cubrebocas, guardado de la sana distancia, respeto del protocolo sanitario.
La gente salió a votar, los de la tercera edad, las personas con capacidades diferentes, mujeres y varones, jóvenes con apenas 18 años de edad cumplidos, estrenándose. Ciudadanos y ciudadanas en sillas de ruedas, con la ayuda de un familiar, con un tanque de oxígeno a un lado. Por delante su actitud de cruzar la boleta.
Medios, radio y televisión, portales, periódicos, redes sociales, cada uno en lo suyo, en la competencia por informar. El despliegue de sus enviados y corresponsales en todas las entidades. La presencia de sus representantes en los organismos electorales.
Reportes de incidencia y violencia, de casillas no instaladas, lo de siempre en procesos electorales, en México y también en muchas otras partes del mundo.
No faltan los inconformes. Los inadaptados de la democracia, los que todavía creen en la desvencijada máxima jalisciense de arrebatar, como sea, cuando el pueblo ha resuelto cobrar cuentas con su voto.
El reloj marca las siete de la mañana de lunes 7 de junio de 2021. La sociedad votante debe de estar satisfecha de haber repartido premios y castigos.
La cruda o resaca es para los que saben que no consiguieron su objetivo legislativo y en los estados. Los dolores de cabeza no se los van a curar ni con el mejor remedio casero y pueden empeorar al ir a los tribunales si su plan es tratar de obtener lo que no han conseguido en las urnas.