Trato de venir lo menos posible, pero llega el momento en que es absolutamente necesaria una visita al salón de belleza. Sobre todo, si es que quiero verme lo mejor posible. Y por supuesto que quiero.
Así que, estas canas inevitables pero al mismo tiempo opcionales, llega la hora de teñirlas, rediseñar la tonalidad y el estilo del cabello. Soy muy afortunada, porque mi cabellera es abundante. Y me divierto mucho cuando tengo que venir, pues mi cabello rizado, en Las manos mágicas del estilista se transforma, y regreso a casa con un Look diferente.
Alguna vez intenté hacerlo en mi propia casa. Pero con esta cantidad de cabello que tengo y lo grueso que es, el resultado fue desastroso. Y de todas maneras tuve que venir al salón a que arreglaran el desperfecto pague más y el cabello se me estropeó bastante…
Así que mejor, invierto sabiamente mi dinero y vengo a que me hagan un trabajo profesional.
Después del trabajo fuerte, que se lleva unas tres horas, y puede ser cada cuatro, cinco o seis meses, otras tantas es solamente es venir al salón a que le den a mi cabellera un baño de color. Pero después de eso, vuelve a tocar todo un procedimiento completo que se lleva la media mañana que ya mencioné.
Primero me aclaran todos los cabellos que van a quedar realzados con un tono más claro. Para eso me construyen una peluca metálica que me hace parecer astronauta o algo así.
Después viene el color propiamente dicho pero solamente en el cabello no va a llevar luces. Y después tengo que entrar a una cabina y recibir un proceso de aire caliente.
Después de más de dos horas, llega el momento de el lavado del cabello. Y después de eso, el corte. Y después de eso el peinado.
Te aseguro, mi querido lector, que no estoy peleando contra el tiempo. Se muy bien cuantos años tengo, y aunque no puedo ni deseo adivinar cuantos dulces días, meses, años, quedan en mi bolsa de vida, no me preocupa avanzar en una vida que me ha dado tanto de todo,bueno, malo, bello, triste y alegre.
Llegará el día en que ya no quiera pasar por todo este proceso. Que abrace los cabellos blancos, tal vez los recorte… pero para eso falta mucho, pues ni siquiera tengo canas suficientes como para considerarlo.
Recuerdo que cuando iba a cumplir nueve años (hace muuuucho jajaja), alguien me dijo, sin mala intención quiero creer, que ya era “grande” y debía olvidar las niñerías.
Esa noche, soñé que me sacaban a jalones del paraíso infantil, algo así como el mundo de la fantasía, porque a los nueve años ya no tienes derecho a estar ahí.
Me desperté llorando. Mi sabia madre me dijo que mi niña interior existiría siempre y que no hiciera caso. ¡Que alivio!
Ea niña parlanchina y distraída sigue a mi lado, la llevo tanto amor y seguridad como me es posible, aunque a veces es ella quien me saca de las hondonadas de la depresión y las preocupaciones, con su risa fácil, su amor por la música y el baile.
Por eso, jamás la dejare ir. Y cuando me toque partir iremos todas juntas: La Niña alegre, la joven vibrante, mujer plena, y la abuela sabia.
Todas, yo misma.
Mientras tanto, seguiré disfrutando de cada una de ellas y de esta cabellera rebelde y flotante, que me gusta tanto.
Y seguiré agradeciendo… hasta que me toque abrir la puerta y pasar al siguiente nivel.