OPINIÓN

HIJOS MÍOS.

HIJOS AMADOS, ENTIENDO QUE NO ME PERTENECEN. POR ESO, LOS LIBERO CON AMOR, Y LOS ENTREGO A LA VIDA.

Pese al amor enorme e incondicional que sentimos por ellos, aunque hayan sido la fuente de nuestras ilusiones, alegrías, la realización de nuestros más hermosos sueños, la prueba palpable, viviente, de que hemos existido en esta tierra y de que hemos dejado un legado de palpitante ADN, que derramará su propio mensaje a otras generaciones del mismo linaje, no nos pertenecen, y esta es una de las más duras aceptaciones en el ejercicio del desapego.

Un hijo no es un regalo. Es un tesoro que nos fue entregado para custodiarlo y ayudarlo a crecer.

No es una tarea o asignatura pendiente, aunque sí puede ser a la vez, maestro y alumno en nuestra vida.

No viene a cumplir nuestros sueños, viene a crear los suyos y con ello, a deslumbrarnos con la maravilla de la que fuimos guardianes por un rato.

No ha venido a dar sentido a nuestra vida, aunque ciertamente lo hace. Viene quizá, a mostrarnos un camino nuevo, creado por él o ella, y para escribir su propia historia.

No es reemplazo de nada, de nadie. Es un ser único y precioso.

No viene a resolver, completar ni llenar nada. Es el resultado de un amor que queda permanentemente expresado en su existencia. Y mucho más.

Viene equipado con todo: su propio temperamento, su muy personal plan de vida, su anhelo de vida.

Nosotros, sus padres, simplemente los acompañamos a descubrirse, y mientras lo hacen, disfrutamos con él o ella, con ellos, cada momento de este bellísimo proceso.

Así que, los tomamos entre nuestros brazos, les prestamos el cuerpo, les damos la mano y, finalmente, les obsequiamos la distancia necesaria para que se animen a caminar y explorar el mundo por su cuenta.

Aunque nos duela, ésta es la gloria más grande, la más bella tarea, la más linda oportunidad de ser partícipes del milagro de la vida humana.

Cuando crecen y se van, nos quedamos esperando, desde nuestro lugar, para que si regresan, encuentren nuestro abrazo pleno de amor pero también rebosante de Libertad.

Hijo mío, hija mía. yo te libero de que me salves, de que me cuides, de que seas quien me dé felicidad y sobre todo, de que sientas “que me debes algo.”

Tu presencia en mi vida, ¡Ya ha sido, el mejor regalo!

Con amor,

Marisa LLergo.

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