El refrán original reza: “De los parientes y el sol, entre más lejos mejor” pero mi suegra tenía su propia versión:
“De los vecinos y el sol, mientras más lejos, mejor.”
Porque, al fin y al cabo, aun de los parientes no tan queridos o que piensan y viven de manera discordante a la nuestra, hemos de tenerlos cerca en momentos de trascendencia. Es entonces cuando la tolerancia debe imperar, en pro de una convivencia de mejor calidad.
En cambio, los vecinos son poseedores de una autonomía diferente, el privilegio del respeto al derecho ajeno. Para ambos lados.
“Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz.”
Frase célebre del político y presidente mexicano Benito Juárez., enunciada el 15 de julio de 1867.
Muchos años antes de la pandemia, mis vecinos me enseñaron a mantener la sana distancia.
Aquellos a los que yo creía amigos, y padres de los amigos de mis hijos, de pronto y sin aviso, abrieron una brecha entre ellos y nosotros.
Las invitaciones a convivir en comidas o cenas, juegos de cartas y veladas de chistes y karaoke, cesaron de repente.
Bueno, no cesaron. Siguieron organizándose, pero excluyéndonos a nosotros. Y un poco más adelante, también nuestros hijos comenzaron a ser prescindidos de las actividades infantiles.
Así fue que, una tarde, los encontré dentro de la casa mirando TV, en plena tarde, en horas que usualmente pasaban fuera jugando.
Cabe destacar que por aquel entonces vivíamos en un conjunto cerrado de cincuenta casas, por lo que todos los niños estaban muy protegidos, por eso andaban fuera, jugando, corriendo, usando sus bicicletas y patines y conviviendo intensamente.
– ¿Qué pasa? ¿Qué hacen aquí dentro a estas horas?
– Es que no hay nadie – Me contestaron.
– ¿Cómo que nadie?
– Todos los niños se fueron de paseo…
– Pero, ¿A ustedes no les avisaron?
– Nadie nos avisó.
Al principio, cuando mi esposo y yo notamos que los adultos seguían reuniéndose sin nosotros, no nos afectó mucho, pues aprovechamos para tener más momentos de intimidad familiar.
Pero, es una cosa muy distinta, y duele, ver que a tus hijos los excluyan también.
– Es hora de averiguar qué está pasando. – Me dije.
Investigando, tocando puertas, recibiendo muchos “amables” rechazos , finalmente encontré a una vecina que me explicó lo que estaba sucediendo.
– Es que dicen que en tu casa suceden muchas cosas horribles. Que ustedes toman mucho alcohol y quien sabe qué otras cosas. Que tu esposo es muy violento y te golpea, y a tus hijos también.
Todos estos chismes, y seguramente algunos que la buena samaritana no se atrevió a contarme, resultaron en que la vecindad nos colocara en una burbuja de aislamiento.
Los chismes y rumores, pueden ser la peor pandemia. Destruyen reputaciones, destrozan amistades. Suelen causar daños irreparables.
Después de platicarlo, mi esposo y yo sentimos que, para que esto se resolviera, había que darle tiempo al tiempo. Mientras más tratáramos de remediarlo, sería peor.
Así que, todos los fines de semana siguientes, salimos de paseo. Y entre semana , me llevaba a mis hijos a actividades fuera del vecindario. O los hacía invitar a sus compañeros de escuela. Les organicé fiestas y convivios con otros niños.
Teníamos razón. Más o menos un mes después, la balanza de movió, y los vecinos comenzaron de nuevo a acercarse, a invitarnos.
Nos señalaron a quienes habían comenzado todo este enredo. La pareja de la puerta frente a la nuestra.
Esta vez, sí que me acerqué a mi vecina, como dicen vulgarmente, “con los pelos de la burra en la mano”.
Ella estaba en el jardín comunal, sentada en una poltrona, tomando el sol y viendo jugar a sus hijos.
Cuando me vio acercarme, cruzó sus brazos, en señal corporal inequívoca de rechazo.
– Hola. La saludé. He venido a ofrecerte una disculpa.
Sus ojos se abrieron como platos.
– ¿Una disculpa? ¿Por qué?
– ¡Ah! Eso no lo sé, pero estoy segura que tú sí, y me lo vas a decir.
Créanlo o no, ella me ofreció una sentida disculpa y una confesión.
– No, no. Soy yo quien te pide perdón. Verás, me he sentido incómoda, pues tú eres “demasiado buena” (éstas fueron sus palabras) . No quería que ustedes estuvieran en las reuniones, así que inventé algunas razones que los demás quisieron creer. Así empezó todo. Lo siento mucho, en verdad.
Después de mi obvio estupor inicial, atiné a comentar:
– ¡Ah caray! En verdad no tenía idea de que nuestra presencia les incomodara tanto. No te preocupes, no volveremos a importunarles en su privacidad. Todo sea en aras de una convivencia cordial. Lo que sí te pido, encuentra la manera de que mis hijos sean incluidos nuevamente en las actividades infantiles. No es justo que ellos sufran como lo están haciendo ahora.
– Sí, te prometo que resolveré eso.
Al día siguiente, como por arte de magia, los niños ya estaban jugando con toda su pandilla. Y, gran lección de vida, sin resentimientos. Simplemente, estaban felices de haber recurado a sus amigos.
Nosotros, los adultos, volvimos a reunirnos. Pero, nunca volvió a ser como antes.
Meses después, me contaron que la vecina que había armado todo el lío, sí tenía problemas familiares. Ellos acabaron mudándose.
Pero, para nosotros, el daño ya estaba hecho. La lección aprendida. Al menos, con los ya conocidos.
La nuevas personas que van llegando a tu vida, merecen una oportunidad.
Si te defraudan una vez, es su responsabilidad.
Pero, si te defraudan dos veces, entonces es culpa tuya.
Con amor y sin resentimiento,
Marissa Llergo.