NACIONAL

EL NARCO SE DISPUTA LAS CALLES DE CIUDAD DE MÉXICO.

La batalla entre grupos criminales de la capital pone en jaque las colonias de Tepito, Tláhuac y la zona de fiesta por excelencia, el corredor Roma-Condesa.

El éxito durante muchos años de la estrategia de seguridad en la capital mexicana ha radicado en mirar hacia otro lado. Asociar el narco a la periferia, a barrios peligrosos, a pobres. Si no cruzas esa calle estarás a salvo. Vivir pensando que los muertos no mancharán las zonas lujosas de la ciudad, que uno de los centros más poderosos de distribución de droga y armas de la capital no está a 10 minutos a pie del Palacio Nacional. Esto no es Sinaloa, “aquí no hay narcos”. Ningún señor de la droga se ha adueñado jamás de la ciudad. Sin embargo, los criminales locales “de poca monta” son capaces de pasearse por una de las zonas más emblemáticas con rifles de asalto y secuestrar a 13 jóvenes. Pueden darle un balazo a un chico de 16 años en un barrio de moda al salir de una discoteca. Y pueden provocar un operativo de la Marina.

La cuestión desde hace años no es si hay narco en Ciudad de México o cómo deciden llamarlo: pandillas o cárteles. Se trata, más bien, de si quienes controlan las calles de la capital tienen la capacidad de romper esa sensación de oasis, de refugio para el resto de la República mexicana. Tláhuac, Tepito y la joya de la corona, el corredor Roma-Condesa, se han convertido en los últimos años en el escenario de una pugna entre diferentes bandas. El Gobierno de la ciudad declinó en varias ocasiones proporcionar más información sobre seguridad a este periódico.

Las consecuencias de la violencia de los grupos criminales en esas zonas coinciden con las que imponen los grandes cárteles en otros Estados: secuestros, extorsión, peleas de plaza, asesinatos. En Ciudad de México matan a tres personas al día, según cifras oficiales y, aunque si se compara con el número de habitantes no supone el índice más alto del país, hay unos pocos barrios que son los que asumen las peores consecuencias de la violencia. Este es un recorrido por tres de las zonas más disputadas por los narcotraficantes locales. A quienes durante mucho tiempo el Gobierno ha querido rebajar a la categoría de narcomenudistas, controlan territorios que son tan grandes como Madrid o Barcelona.

Balazos junto a los gin tonics

Alrededor de las cuatro de la madrugada de este domingo 15 de abril se escuchan balazos a la salida de una discoteca en el corazón de una de las zonas de fiesta de la capital, en la colonia Condesa. De fondo, el reguetón sigue sonando. Acaban de matar a un hombre.

Frente al lugar donde han disparado al menos cinco veces, las familias acomodadas de Ciudad de México pasearán unas horas más tarde con sus perros. Algunos grupos de turistas se sentarán en una de las emblemáticas heladerías, Roxy, a tomar un cono de pistacho. Pocos de los que llevan un tiempo viviendo en la Condesa recuerdan que ahí había una discoteca. “La abrieron hace poco”, comenta una vecina. La avenida Tamaulipas, donde se encuentra el bar, está sembrada de clubes y se ha convertido desde hace años en la ruta habitual de fiesta de la capital.

Otros recuerdan que no es la primera vez que asesinan a un hombre en esa esquina. El local, ahora llamado Denbow, tiene una puerta minúscula negra y está ubicado bajo un edificio alto de oficinas. Antes se llamaba Black, y en 2015 este lugar se convirtió el detonante de una guerra entre grupos de narcotraficantes de la ciudad. Pues ahí asesinaron al primo de los líderes de Unión Insurgentes, El Chaparro. La sed de venganza de aquella banda por lo sucedido acabó con el secuestro y asesinato de 13 jóvenes en el bar Heavens poco después: decenas de hombres con armas largas se los llevaron el 26 de mayo de 2013, a unos pasos de la avenida más importante de la ciudad, el Paseo de la Reforma, a una cuadra de la sede de la policía local y a plena luz del día. Los empresarios temen ahora que pueda ocurrir algo similar.

“Estamos en el momento del ciclo habitual en el que no hay capos y están peleándose las plazas”, comenta el reportero de seguridad de Reforma, Antonio Nieto. El chico al que mataron este domingo tenía 16 años y las autoridades investigan si tiene algo que ver con una pelea entre narcomenudistas. Desde que detuvieran a casi toda la cúpula de Unión Insurgentes después del caso Heavens y la guerra interna de Unión Tepito por el liderazgo, una de las joyas de la corona de la capital se había quedado sin un dueño. Y, aunque la violencia ha disminuido en este rincón de la ciudad, todo puede cambiar.

“No les conviene aceptar que hay un problema de narcotráfico y que esas bandas pequeñas son lo suficientemente poderosas para crear un problema de inseguridad. En cualquier momento puede pasar cualquier cosa”, añade Nieto. En esa misma calle, unas cuadras atrás, uno de los locales más concurridos, el Pata Negra, ha comenzado a cerrar sus puertas una hora antes, a las dos de la madrugada. No han dado explicaciones claras. Dentro, unos jóvenes vestidos con jeans y mariconera te ofrecen cualquier tipo de droga a la vista de todo el personal de seguridad. Los más asiduos del lugar cuentan que hasta ahora nunca había sido “tan descarado”.

Tepito, crecer junto a una tienda de droga

“En la casa de al lado donde yo crecí se cortaban los kilos de perico”, cuenta un vendedor de 26 años. En Tepito, uno de los barrios bravos de la capital, los vecinos saben distinguir de un vistazo quién se crió en esta zona y quién es forastero. Durante el día y, para quien no sepa que en cualquier momento puede haber una redada policial y llover los balazos, parece una feria de pueblo. Para el que es muy consciente del peligro, camina entre cientos de puestos a ritmo de cumbia con la tensión en la nuca.

Hasta las seis de la tarde, cuando comienzan a recoger los toldos y los hierros de cada puesto quedan desnudos, ahí se vende de todo. Entre sus laberínticas calles, comunicadas entre sí por humildes vecindades, se encuentra el mayor supermercado de mercancía ilegal del país. En un punto se ubica la zona de los tenis; en otro, las colonias; la ropa de segunda —o tercera— mano a precio de ganga; los discos y películas piratas; las chelas y copas; las flautas a las que llaman “las de la suerte”, porque es cuestión de azar que alguna traiga un pedazo de carne; la de sus veneradas migas, un plato que ingenió el hambre, a base de pan, ajo y huevo.

Y entre todo aquello, unos hombres que pueden conseguir “de volada” un coche robado, un arma propia del Ejército y droga al por mayor. En uno de sus callejones, dentro de lo que hace años era una casa, hay una tienda peculiar. Los vendedores tienen cara de pocos amigos, hasta que sus prejuicios intuyen que no eres policía, de “la chota”. Aquí el cliente no tiene la razón, el que llega hasta este punto para comprar se está jugando la vida tanto como ellos.

Sobre un tablón de madera colocan ordenadamente los kilos de marihuana en barriles de plástico. Los dueños se han tomado un tiempo en colocarles un cartel con el tipo de droga y su precio. “Mota comer, 5”, es la marihuana más barata que tienen, una cantidad suficiente para dos o tres porros cuesta solo cinco pesos. “Coca, 300”, “Roca, 100”, “Ácidos, 100”, “Mona, 20”. A un lado, despachan heroína, cocaína de colores, pastillas o “tachas” de anfetaminas, metanfetaminas y demás compuestos.

— ¿Qué pasa si ahora llega la policía?

— Pues que ahí te quedas, mija. O saltas como yo por esa ventana, de volada, o te lleva la chingada.

El que habla tiene heridas en los brazos y en la cara de la última vez que tuvo que correr por los techos de la vecindad, hace solo unos días. Como este local hay cientos en todo el barrio. Y a la salida, un policía local come tranquilamente una torta de huevo.

Unos días después de aquella visita, mataron a cuatro hombres muy cerca. Desde octubre del año pasado a marzo han asesinado en estas calles a más de 20 personas. El barrio está viviendo uno de los peores momentos de violencia de los últimos años. Los expertos en seguridad coinciden en que aquí se disputa uno de los territorios más codiciados por el crimen organizado local. El más histórico. “Nadie ha conseguido controlar Tepito, es como un pitbull, nunca logras dominarlo del todo”, apunta Nieto. “Ahí se dedican al negocio decenas de familias, porque los vínculos entre ellos son muy extensos, ni siquiera la Unión pudo ponerlas de acuerdo”, añade.

Ahora las autoridades afirman que ahí se encuentra la cuna de uno de los grupos criminales más poderosos de la ciudad. Los herederos de la Unión Tepito, quienes realmente poseen la capacidad, “de fuego y de personal”, de disputarse otras plazas con el resto de bandas, como por ejemplo, las zonas de fiesta y de mayor consumo: algunos puntos del centro, Zona Rosa y Roma-Condesa.

Tláhuac, donde los niños quieren ser narcos

El pasado 20 de julio, todo el imaginario de la guerra contra el narco entró en Ciudad de México. Autobuses y microbuses en llamas bloquearon una de las avenidas más importantes del sur de la ciudad. Detrás de aquel incendio había algo que el Gobierno de la capital no quiso reconocer hasta mucho después, obligado por los acontecimientos: el narcotráfico estaba metido en las entrañas la capital. Un capo de la droga asesinado por los militares, un operativo de la Marina en plena sede de los poderes de la República. Una imagen habitual en el norte, en Reynosa o Matamoros, pero insólita en el núcleo político y económico del país.

Habían matado a El Ojos, Felipe de Jesús Pérez Luna, líder del cartel de Tláhuac —una delegación extensa al sur de la ciudad—. Y no estaba solo, quienes provocaron aquellos disturbios era un grupo de vecinos armados que decidieron vengar aquella muerte. Hubo también más de una decena de detenidos. El Ojos, según informaron las autoridades, controlaba además de su delegación, una parte importante de otras con las que colinda —Xochimilco y Milpa Alta— y, lo más importante, la entrada suroriente de la ciudad.

La estrategia federal consistió en acabar con todos los socios y colaboradores de aquel capo. Muchos aparecieron muertos y otros detenidos. Pero la violencia en esta zona de la ciudad no ha cesado. “El operativo de la Marina en Tláhuac sigue la lógica de la guerra contra el narco de Felipe Calderón, de un enfrentamiento militarizado que busca acabar con el liderazgo de la organización criminal. Se trata de una copia de lo peor de la estrategia de seguridad nacional. Y no es raro que ante esta maniobra fallida en el resto del país se noten alzas en los índices de homicidios, está comprobado que eso sucede”, explica el analista en seguridad Froylán Enciso. “Lo erróneo es pensar que vas a matar a la hidra cortándole la cabeza y dejándole el cuerpo. Esto solo resuelve una parte del problema. Los criminales buscarán nuevas vías y se pelearán por el poder. Una buena opción sería el hacer operativos quirúrgicos, donde se desmiembre por completo la organización criminal”, añade Enciso.

En un barrio cercano al lugar donde la Marina derrotó a El Ojos, un grupo de madres solteras, muchas de ellas viudas por la violencia en la zona, luchan por sacar adelante a sus familias. Procuran no caminar nunca solas más de lo necesario, jamás de noche y, cuando es indispensable, toman un mototaxi y se juegan la vida —aseguran que todos los días hay algún accidente—, ya que la mayor parte de las colonias fueron olvidadas por el sistema de transporte público. Muchos de los conductores de estos vehículos improvisados —una moto que arrastra un calandria con espacio para dos personas— no tienen licencia y trabajan de manera irregular. También algunos de ellos estuvieron vinculados al cartel de Tláhuac. En la delegación circulan más de 15.000 unidades, según cifras oficiales.

Antes de llegar a este punto del sur de la ciudad, las calles van perdiendo un nombre y se convierten en números, luego bloques, después manzanas, como si nadie se hubiera tomado la molestia de humanizarlo. Un barrio hasta hace un año olvidado por el resto de la capital, donde no llegan los servicios básicos a la mayoría de las colonias, centenares de familias tienen que arregárselas para conseguir su propia agua, hasta que El Ojos lo puso en el mapa.

“Aquí todo el mundo se creía de El Ojos, para que vieran que ellos eran los malos. Se volvió el ídolo de los chavos. Si hubiera playeras con su nombre, todos las comprarían”, cuenta Sonia Martínez, de 41 años, fundadora de la Asociación de Madres Solteras Trabajando en Tláhuac. “Los delincuentes aprovecharon la coyuntura de ese señor para hacer su propia banda y para decir “Yo soy el que controla esto””, añade. Cuenta que 2017 fue un año muy difícil para los vecinos, cuando veían a un policía federal cerraban sus negocios y se resguardaban en casa, en cualquier momento se podían “agarrar a balazos”.

Los más jóvenes son carne de cañón para el crimen organizado. “Las madres están muy preocupadas, protegen a sus hijos porque saben que están en un foco rojo. Los criminales se agarran de quienes tienen más necesidad, menos estudios, más vulnerables. Y aquí hay muchísimas personas en esa situación”, explica Martínez.

En unas colonias cercanas han colocado narcomantas con amenazas para quien quiera “apropiarse” de Tláhuac tras la caída del capo. “Ahora mismo es un territorio sin ley. Después de que acabaran con El Ojos, el Gobierno no ha podido tomar el control. No se ven patrullas y las pocas que hay, si ven un problema, ni se acercan, pues tienen miedo de terminar también muertos. No vamos tan lejos, la semana pasada mataron a un policía en su propia casa”, cuenta.

Durante más de dos horas en esta colonia, no ha pasado ni un solo agente. Tampoco hay ni un alma por las calles. Tláhuac se ha convertido en una mole de cemento donde cada vecino se preocupa de su propia seguridad. “La gente desgraciadamente es muy individualista. Antes era como un pueblo, pero ya dejó de serlo”, comenta Martínez. El resto de madres habla de uno de los últimos rumores: se están robando a los niños al salir de las escuelas. Una de ellas apunta: “No mames, acuérdate de cuando dijeron que iba a entrar La Familia Michoacana con cuernos de chivo y camionetas y todos andábamos bien asustados. ¡Y era mentira!”.

Nunca un poderoso señor de la droga ha a controlado toda la ciudad, según la información oficial. Sin embargo, ¿qué poder tienen los que operan aquí? Después de un operativo de la Marina, secuestros, extorsiones, peleas de plazas y asesinatos, se ha puesto en evidencia que en Ciudad de México no hace falta un Chapo Guzmán para sembrar el terror. “Eso es lo que el Gobierno no acepta. No son grandes cárteles, pero son fuertes”, resume Nieto.

CREDITO:ELENA REINA

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