OPINIÓN

PARQUE VIVEROS, RECUERDOS DE INFANCIA Y APRENDIZAJE VALIOSO.

Cuando era niña, solíamos pasar los domingos en un parque que ha quedado entre mis mejores recuerdos.

Había un lago, con lanchas de remos, un pequeño zoológico donde había desde cocodrilos hasta patos y gansos; desde un apiario hasta varios tipos de simios. Recuerdo que inclusive había una pequeña biblioteca.

Así que, para escribir con más detalle acerca de este bello rincón dominguero de mi Veracruz, le pregunté a mi papá si recordaba el nombre del parque.

Como el no pudo acordarse, tuve que investigar, y lo encontré.

Ubicado cerca de la zona centro del puerto de Veracruz y conocido anteriormente como parque Víveros o sólo como el Zoológico de Veracruz, cuenta con 3 zonas divididas por mamíferos, aves y reptiles, además de uno de los arboles mas antiguos de Veracruz, un huanacaxtle con una antigüedad de 260 a 300 años.

Este antiguo parque, que forma parte de mis recuerdos domingueros, también cuenta con una amplia zona de juegos infantiles, como resbaladillas, columpios, trampolines, pasamanos, puentes, sube y bajas, así como juegos de monedas por si acaso deseábamos cerrar con nuestro exiguo tesoro monetario, la diversión del día.

Recuerdo especialmente, aquel domingo posterior a mi caída. Corriendo, di vuelta en la esquina de mi cuadra, donde estaba la farmacia, y no vi a tiempo un charco que espero haya sido de agua.

Mi pierna quedó doblada hacia dentro, por debajo del resto de mi cuerpo. El dolor era terrible.

El joven mensajero de la farmacia me ayudó a levantarme, y amablemente hizo de apoyo para que yo pudiera regresar a mi casa.

Un médico indicó que tenía un esguince, que podía vendarlo y que no apoyara el pie por seis semanas.

A los nueve años, ¡Seis semanas es un larguísimo periodo de tiempo! Más aún cuando vives cerca del Mar, y recorres distancias enormes en bicicleta, para ver a tus amigos.

Es un enorme sacrificio mantenerte en casa durante esos larguísimos días.

Escuchar a tus amigos y hermanos recorrer la cuadra completa, riendo, empujándose, y divirtiéndose con todos los juegos de aquel entonces: guerras de agua, bote pateado, saltar la cuerda, escondidas, resorte y tantos más… la añoranza estiró tremendamente mis días de convalecencia .

Por si fuera poco, mi pierna debía estar en alto, sobre algún mueble. Y nunca faltaba que mis hermanos lo golpearan con su brazo al pasar, como sin querer, ¡haciéndome lanzar aullidos de dolor!

Uno de esos domingos en que me encontraba todavía convaleciente, lo fuimos a pasar al Parque Veracruz.

Mi mamá tendió una hamaca entre dos añosos árboles, para que yo tuviera un lugar cómodo donde pasar el día.

Supongo que alguien debía estar conmigo en todo momento… Pero cuando vine a darme cuenta, estaba completamente sola.

Ya es bastante terrorífico encontrarse sola y sin poder caminar, en medio de un parque tan extenso como ese, como para que llegue un visitante no invitado.

Por si fuera poco, el ganso me consideró un intruso en su casa. Los gansos son famosos por su agresividad.

Son animales territoriales, conocidos por perseguir y atacar a los humanos que interfieren en su espacio.

Hacen mucho escándalo, aunque rara vez atacan.

El susodicho, de gran tamaño y muy molesto por mi presencia, se acercó a mi, extendió las alas y me lanzó una serie de graznidos que podrían traducirse como: “Lárgate De aquí, no eres bienvenida”

Sola, indefensa sin ni siquiera un palo a la mano para defenderme, no me quedó otra que enrollarme en la hamaca, aparentando ser un enorme Capullo de oruga humana.

No me moví. Mantuve la hamaca lo más estable que me fue posible, y callé por largos minutos,conteniendo hasta la respiración.

Eso sí, con los ojos muy abiertos y fijos en mi agresor, por si acaso se le ocurría tirarme un picotazo o mordida. Entonces si que pensaba gritar, patearlo con mi pie sano y a ver que más se me ocurría.

Pero, el animal se contentó con haberme obligado a replegarme, y después de un rato de observación minuciosa, durante la cual casi no osé respirar, se retiró de la palapa, contoneándose orgullosamente.

Me quede allí sola, temblando, pensando en lo que pudo haber sido y afortunadamente no fue.

¡Cuantas veces en la vida nos topamos con gansos pendencieros!

O mejor dicho, con humanos territoriales que abren sus alas y graznan a todo pulmón, para defender lo que creen suyo. O simplemente, para demostrarte que son más poderosos que tu.

En aquella ocasión no tenía los medios para defenderme adecuadamente.

Pero ahora el tiempo y la experiencia me proporcionan lo necesario, para no dejarme espantar por un gritón que agita sus alas y abre el pico y vocifera para parecer más grande y fuerte.

Y si se aparece frente a mi, un ser que piensa que gritando, extendiendo su cuerpo, estirando el cuello, me va a amedrentar, ¡Que lo piense dos veces! Mi tobillo ya está sano.

También sé cómo extender las alas y contestar los graznidos, con mucho más que gritos incoherentes.

Lo puedo hacer con razón y certeza en mi corazón.

Defendiendo lo que se, es justo y coherente. Con amor inclusive, pero con firmeza, que es aún más potente que la fiereza.

Los gritones asustan, pero la conciencia y la congruencia serán mi escudo.

Con amor, valentía y recuerdos que me dan sabiduría.

Marissa Llergo.

 

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