Rodrigo Eduardo González Guzmán, por su nombre completo, nació el 25 de diciembre de 1950 en Tampico, Tamaulipas. Su padre quería que aprendiera a tocar sones huastecos, pero el músico se entusiasmó con los artistas que llegaban del otro lado de la frontera.
Se dedicó a conocer a los grupos rockeros de ese entonces, además le gustaba modelar, cantar, actuar, escribir y leer, por lo que participó en talleres de poesía y entró a la Universidad Veracruzana a estudiar psicología, pero no terminó.
A los 15 años aprendió a tocar la guitarra y nunca se separó de ella, por lo que se trasladó al Distrito Federal, donde dio muestra de una capacidad notable de observación y realizó numerosas composiciones.
Exponía problemáticas complejas como los movimientos sociales y estudiantiles, la doble moral, guerras, identidad, amor, pobreza y violencia, entre otras. Pidió dinero en la calle, tocó en camiones, esquinas y bares, incluso realizó conciertos dentro de reclusorios.
Fue una persona que profundizó en la manera de ser del mexicano, en sus frustraciones y vicios que trae consigo, mismos a los que el escritor Octavio Paz refiere en su obra El laberinto de la soledad.
Con armónica y guitarra en mano, alternó con una voz sencilla y aguardientosa, su lenguaje, sensibilidad y talento dieron pie a una propuesta llamada Los Rupestres, que eran quienes no estaban guapos, no tenían voz de tenor, ni componían o no tenían un equipo electrónico sofisticado.
En los 80, acompañaron a Rockdrigo en su aventura rupestre gente como Roberto González, Nina Galindo, Eblén Macari, Rafael Catana, Roberto Ponce, Armando Rosas y Fausto Arrellín, con quien haría el grupo roquero Qual. Rockdrigo compuso canciones de doble sentido, algo inherente a la cultura mexicana.
A pesar de haberse hecho en pequeños lugares, la voz se fue corriendo y personajes como José Agustín lo apoyaron. Luego realizó lo propio Alex Lora y El Tri, agrupación que hiciera de la canción Metro Balderas un himno juvenil, así como los integrantes de Heavy Nopal, quienes interpretan gran parte de la obra del cronista musical, quien cuando perdió la vida, ya era un personaje reconocido en ciertos círculos.
El músico dejó también cuentos, artículos, poemas y grabaciones que no se han dado a conocer y quedaron en manos de su hija Amanda Lalena, quien además se inició en la música con el nombre de Amandititita.
Grabó Hurbanistorias, El profeta del nopal, Aventuras en el Distrito Federal y No estoy loco, a través de Ediciones Pentagrama. La vida de Rockdrigo llegó a su fin con el terremoto de 1985 en la capital mexicana.
Su departamento estaba ubicado en un edificio de la calle Bruselas, en la colonia Juárez; el espacio que ocupaba el inmueble es ahora un estacionamiento.
En 2008, el intérprete recibió distintos homenajes que comenzaron a partir del 18 de septiembre. El primero de ellos se llevó a cabo en el municipio de Tlalnepantla, Estado de México, donde se presentó el grupo Los Guitarristas del Asfalto, además de varios trovadores.
Para 2010 se cumplieron 25 años del fallecimiento del músico, por lo que se realizaron diversos conciertos para recordarlo en conjunto con la proyección del documental La hurbanistoria de Rockdrigo no tuvo tiempo, que escribió y dirigió Rafael Montero.
Un año después, fue homenajeado con una escultura de cuerpo ubicada en el Metro Balderas; el artista de la plástica comentó que la figura se encontrará a nivel de piso, sin basamento, pues se le debe quitar solemnidad, porque ésta no iba con Rockdrigo.